lunes, 3 de abril de 2017

HEREDAD DESCUIDADA

Resulta que se muere una tía mía, llamada Flor Trigos Sepúlveda, quien era una mujer estéril.  Fue una mujer muy laboriosa, y llegó a tener grandes recursos económicos, y en Loma de Corredor, donde vivió prácticamente toda su vida de riqueza y fortuna, en su tiempo, compraba casi toda la pesca de los alrededores de las aguas del río Magdalena.

Ella adoptó un sobrino, porque quería principalmente educarlo y ayudarlo en todo.  Cierto día fui a visitar a mi tía a Loma de Corredor, yo tenía aproximadamente 16 años de edad, en aquel entonces.

Nunca había viajado por agua, llegué al puerto de Gamarra, y averigüé por alguna embarcación que fuera exactamente para la Loma, un señor me dijo que precisamente él iba para allá, y que él distinguía a la señora. 

Viajamos en Jhonson, por primera vez en las aguas de este tranquilo río, disfrutando de su serenidad y contemplando un mundo como de película, que mis ojos contemplaban en el mismo idioma de la embarcación.

La naturaleza que desfilaba ante mis ojos, parecía sonreírme y darme la bienvenida a estas culturas del río.  Yo no conocía a mi tía, ni tampoco al primo, pero el señor mismo de la embarcación, me presentó ante ella en su casa.

Ese día comimos, y el muchacho, me invitó a un baile en la noche.  Recuerdo que nos bebimos unas cervezas, nos fuimos a bailar y dos muchachas amigas de él, nos acompañaron a bailar, y así fueron transcurriendo tres días, del fin de la semana.

Uno de esos días, me dijo él a mí, que fuéramos a explorar más allá de los límites del territorio que él tenía y conocía.  

Salimos en el Jhonson, y estuvimos en la naturaleza que rodea las aguas del río, aproximadamente unas tres horas, el día de mi venida, mi tía le ordena a uno de sus trabajadores que me empaque un bulto de pescado salpreso, y lo coloque en el Jhonson, que va con destino a Gamarra. 

Metió la mano al bolso y sacó sesenta mil pesos, para que le llevara a su hermano, Carlos Trigos, mi papá.  Pasó el tiempo y mi tía se muere.  Pero como no tenía herederos, porque su sobrino se había muerto, su heredad, pasó a sus hermanos, y como en nuestro caso de los Trigos Jiménez, mi papá también había muerto, pasó a nosotros, sus hijos.

Me informaron de mi heredad, y acudí a donde mi tía Celmira, a recibir lo que mi tía Flor, nos había dejado.  Lo que había dejado de heredad para cada uno de mis hermanos, eran doscientos cincuenta mil pesos.

Yo tomé los doscientos cincuenta mil pesos, y me fui con el propósito de comprar un par de zapatos finos.  Compré los zapatos y como en Aguachica, no existe transporte urbano público, se presentó una moto taxi, conducida por una joven, me embarqué, pero ella al observar la bolsa que llevaba en mis manos, me dijo que la echara a la canasta de la moto.

En cuestión de minutos, estábamos en la puerta de la casa de mi tía, donde se encontraban varios primos y primas, quienes al verme, me bajaron de la moto con mucha euforia y escándalo, de tal manera que nos distrajimos por completo, en esta recocha, y cuando me percaté, la muchacha de la moto, se había ido.

De esta manera, pierdo yo la heredad de mi tía.  Sin embargo, hay una heredad que nunca se ha perdido, que es la de la familia Lozano Trigos, que han estado conmigo en todos los momentos de mi vida, creo que el abrazo y el aprecio, valen mucho más que unos zapatos finos.
F P

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